viernes, 4 de marzo de 2011

Testimonio:“Esta enfermedad se lleva todo”

Edith Rojas, 48 años


De niña creo que fui normal, de repente un poco achacosa. Alumna de calificaciones del promedio para arriba, muy responsable, muy preocupada. Empecé a tener dolores por hernias en la columna de las que no me recuperaba rápidamente.


Yo sé en qué momento preciso esta “amiga” se vino a vivir conmigo. La fibromialgia se gatilló en mí por un aspecto psicológico, lo que no quiere decir -que quede claro- que esto es psicológico. Hace 14 años, mi papá falleció. Mi papito sobrevivió durante 7 años a múltiples accidentes vasculares que lo fueron minando de a poco. Durante todo este tiempo yo fui la persona que se mantuvo firme en la casa. En cambio mi mamá se vino abajo.

Yo era una mujer muy activa: Tenía que tomar a un hombre de 90 kilos, bañarlo, mudarlo, sacarlo a pasear. Incluso dejé un año de trabajar para estar con mi papá, porque era como un deber. Estando mi papá vivo, sabiendo que no tenía vuelta, yo le empecé a programar todo: pompas fúnebres, ver cómo iba a ser la misa… Todo lo hice imaginándome que después no iba a ser capaz de nada. Y así fue: el día en que mi papá fallece, en el momento en que yo entro al dormitorio y veo que está muerto, a mí se me vino el mundo encima. No lo pude superar. Toda la pena de esos años, esa acumulación de sacrificios extras... El médico le dijo a mi mamá que me diera un remedio porque había colapsado por todos estos años de contención. Yo pensaba que estaba viviendo el luto, pero mi luto duró mucho tiempo…

La primera manifestación que tuve fue la desconcentración, no pude leer más libros. Yo antes leía mucho. Después tenía que tomar cursos de capacitación porque trabajaba en una empresa naviera, y me daba cuenta de que no entendía nada. Y así fueron pasando los años y fueron aumentando las cosas. Yo ya me empecé a quedar callada para no parecer hipocondríaca, para no darles molestias a los demás uno empieza a ocultar sus malestares, se va encapsulando y después es peor.

El médico ya estaba sospechando que los dolores y todas las manifestaciones podrían ser otra cosa. Yo le dije: “Me duele todo: el cuerpo, las uñas, el pelo, aunque no lo crea, me duele el pelo”. Y ahí me mandó al reumatólogo que me hizo el diagnóstico hace 10 años.

Quedé embarazada a los 40 años. El embarazo fue bueno, a mi hijo no le pasó nada. Mi hijo fue un milagro. Después lo pude tomar muy poco, pero rescato las cosas positivas. ¡Pude ser mamá! Yo no podía tener hijos, estuvimos en tratamiento tantos años y nació, por algo Dios quiso mandarme un hijo. Estaban las manos de mi esposo, las manos de mi mamá, los cuidados míos. Y yo le di pecho, yo lo alimenté durante 10 meses.

El comentario más lapidario que mi marido me dijo fue: “A mí me cambiaron a mi mujer”. No fue fácil, no fue para nada fácil mantener mi matrimonio y conservarlo hasta hoy. Él no aceptaba esto. Me da pena: esta enfermedad es tan maldita que no se conforma con tenerla a uno de víctima, se lleva todo, todo lo que tú tienes: el trabajo, la familia, los hijos.

Mi mamá tiene 80 años y ella a veces cuando estoy en crisis me baña. A veces estamos tan mal, pero la diferencia que tenemos algunos es que nos levantamos.

El problema es que hay muy pocos médicos que creen que esto es una enfermedad, ése es el primer paso que tenemos que dar. Segundo, que el doctor se apiade de nosotros porque para él es muy frustrante tratarnos. Y lo otro es que esta “hermana” que se vino a vivir con nosotros no es para todos igual, los medicamentos que me sirven a mí no te sirven a ti.

La fibromialgia no se ve, pero existe, sus síntomas, los dolores, secuelas no se ven, son invisibles, pero nosotros existimos.

Edith

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